Visitando el blog del teólogo José Mª Castillo “TEOLOGIA SIN CENSURA”, que lleva el sugerente subtítulo “¡Atrévete a pensar”, en su última entrada de fecha 14 de enero pasado, y con el título “Espiritualidad para insatisfechos”, me encuentro, en la sección de comentarios, con el siguiente post, escrito por una tocaya de nuestra amiga “Oceánida”.
Yo también recibí noticias de Jesús en un ambiente cristiano, pero muy curioso, porque la familia estaba dividida entre la rama católica de rompe y rasga y otra discretamente cristiana solamente. Los primeros eran carne de sacristía, a casa venían constantemente curas, monjas y obispos, frailes predicadores, misioneros y demás. Pero eso para mí era folklore. Esa parte católica que cuando daba una limosna se desinfectaba las manos, que estaba de acuerdo con la guerra justa y la pena de muerte, que iba a Roma para ver al Papa. Me parecía atroz. A Jesús ni lo nombraban. Aunque llevaban crucifijos de oro y brillantes y medallas de todas las vírgenes. Hasta tenían un corazón de Jesús entronizado en el salón. Eran rencorosos con los enemigos. Vengativos. Violentos y todo lo arreglaban con la confesión, para seguir igual. Los que les rodeaban como amigos eran iguales.
Sin embargo, la otra parte no frecuentaba la iglesia y rezaba en casa, tenía las puertas abiertas y el perdón era su lema; la acogida y el compartir, su forma de vida. Allí en vez del clero los visitantes eran los pobres. Allí tenían un sitio. Los veías lavarse, comer, vestirse con la ropa en perfecto uso que les daban -y eso que no eran ricos-. Y hasta algunos aprendían a leer y a escribir, por las tardes en la cocina en invierno y en el patio en verano.
Ellos sí me hablaban de Jesús y nada de la Iglesia. Tampoco la juzgaban, sólo me decían que a Dios lo llevábamos dentro y que Jesús había venido a explicarnos con su vida como descubrirlo en los demás y en nosotros mismos. Y que cualquier religión bien vivida cumplía el evangelio. No iban a misa los domingos. ¿Para qué si aquella casa era un templo natural?
No me siento en deuda con la iglesia. Yo no la elegí. Tampoco me pidieron permiso para bautizarme, me metieron en el club por su cuenta. Tuve que soportar a un cura sobón del que salí huyendo con siete años. Y cuando lo conté en casa, mi madre no me creyó.
Te puedo asegurar que al único que le debemos el amor y el cuidado es al Señor. Con un deseo fuerte de buscar el original y no conformarnos con las fotocopias de letra muerta, Él nos acaba por encontrar siempre, abre canales de comunicación constantemente. No le debemos nada a ningún tinglado, al contrario, es un milagro particular para cada uno, que a pesar del montaje hayamos encontrado la perla. Dentro y reflejada en la comunidad humana.
También he comprendido que los tinglados permanecen por un instinto de apego afectivo, en el que se identifican los medios con el fin.
Y si ese vínculo se rompe la gente cree que no habrá nada más para ellos. Hay que respetarlo, pero también conviene que se sepa que se puede seguir a Jesús sin las cadenas instituidas por humanos que aman el poder sobre todas las cosas, porque él, el Señor, no dejó más testamento que el Amor.
Un abrazo