viernes, 26 de agosto de 2011

LOS ZAPATITOS ROJOS DE "PRADA" DEL PAPA




















A mi abuelo le oía decir, cuando la ocasión venía al caso que, “quien tiene la barriga llena no siente el hambre ajena”. Y, como todo dicho popular, no está exento de verdad.

Los que tenemos la suerte de comer cada día, incluso en muchas ocasiones despilfarrando aquello que compramos porque se pasó de caducidad y no lo consumimos (leí por ahí que, por ejemplo, los británicos, tiran cada día a la basura unos 500.000 pollos que no consumieron a su debido tiempo) no nos damos cuenta (o no queremos darnos cuenta) del horrible drama que centenares de miles de personas están padeciendo porque no tienen absolutamente nada que llevarse a la boca.

Lo que encabrita de todo esto es que realmente, SI SE QUISIERA, estas situaciones de degradación humana, miseria y de hambre atroz tendrían solución eficaz. Y esa solución no parte exclusivamente del sentimiento solidario de mucha gente y de algunas instituciones tanto laicas como religiosas que, en la medida que pueden, tratan de paliar el desastre humano que representa hambrunas como la que está padeciendo en la actualidad el cuerno de África. Esa solución, sobre todo, está en mano de aquellos seres humanos que manejan los resortes del poder económico, social y político, por este orden… si quisieran.

Efectivamente, para que ese “milagro” se diera, para que esa concienciación fuese efectiva y moviese los resortes necesarios que creara un movimiento de sincera solidaridad, la sociedad, mejor dicho, quienes manejan los mercados y por ende la sociedad, tendrían que cambiar de paradigma.

La historia demuestra que cambiar una idea asentada en el acervo cultural humano, o simplemente hacerla evolucionar en un sentido progresivo, suele ser más costoso y lento que el llamado simbólicamente parto de los montes. Que son tantos los intereses creados, de todo tipo, alrededor de las mismas, que los seres humanos vivimos sujetos a esa circunstancia sin aparente solución de cambio o modificación que conlleve a una mayor y mejor racionalización de los recursos suficientes y necesarios como para que la humanidad entera se beneficie de ello. Y poder, se puede. Sólo hay que querer. Sólo tienen que ponerse en marcha, con el acontecimiento de estar apoyados por un sentimiento solidario genuino aquellos que, por lo que representan y predican, están ideológicamente mejor situados en el poder para ello.

Cada día los medios de comunicación nos lanzan el galimatías, que ni ellos mismos entienden, que las consecuencias de los desajustes económicos globales vienen dados por el “comportamiento de los mercados”, por las fluctuaciones de las inversiones y por un familiar muy peligroso a quien llaman “prima de riesgo”. Palabrería técnico-financiera que sólo ha de traducirse en que los que tienen los resortes del poder económico cada día quieres ser más ricos y les importa una mierda las desastrosas consecuencias que los malabarismos mercantilistas suelen causar dentro de un sistema capitalista totalmente salvaje y al servicio de una élite especuladora, que mantiene a su vez a otras élites, digamos, cooperantes y apaciguadoras, entiéndase como tal la clase política, estamentos sociales y, como no, religiosos.

La institución, o instituciones, que por antonomasia debería de ser las portavoces constantes de estos desajustes sociales, denunciándolos y combatiéndolos con eficacia en aras de un justo reparto de la riqueza global tendrían que ser las iglesias cristianas, depositarias todas ellas según afirman del legado de aquel grupo de perro-flautas en su época que representaron Jesucristo y sus apóstoles. Sin embargo, la historia nos ha ido demostrando constantemente, que salvo honradas excepciones personales, estas instituciones, sobre todo la católica, han estado siempre y servilmente al lado de los poderosos. Las voces que se alzaban en intentar conseguir un mundo más de acuerdo con los principios de igualdad y reparto equitativo anunciado por el Evangelio eran rápidamente reprimidas y exterminadas.

El ser humano, además de las diferencias manifiestas en lo social y por ende en lo material, cuyo conocimiento es comprobable desde la visión de la realidad racional comparativa, se rige también por las interpretaciones que recibimos del imaginario simbólico ya que, como tal, dice mucho de los deseos e intenciones de quienes ostentan esas diferencias. Y en un mundo mediatizado por la información, sobre todo gráfica, como reflejo de la realidad, tenemos constantes ejemplos que la definen perfectamente sin necesidad de sostener sofismas ni demagogias de esas patentes diferencias.

En estas dos fotos que encabeza la entrada vemos dos grupos de seres humanos. Ambos, en principio, tienen los mismos derechos a una vida digna y saludable. Pero a la vista está que ese derecho está vedado a unos mientras otros disfrutan, no sólo de esa elementalidad existencial, sino que ostentan poder y son representantes de ese poder. Uno de estos grupos humanos fotografiados nada pueden dar, es más, ni siquiera pueden recibir el alimento y la bebida mínima necesaria para poder subsistir. Sin embargo, el otro grupo humano tienen en sus manos resortes, mecanismos, argumentos, influencia y capacidad de persuasión como líderes reconocidos que pueden incidir con sus palabras y acciones en las conciencias de “sus semejantes”. Con la garantía, además, de que no iban a ser unos incomprendidos entre los centenares de millones de humanos que les siguen. Sobre todo, al de los zapatitos rojos, regalados por la firma exclusiva Prada.

Y a esto me refería cuando hablaba de la “simbología de las formas”.

Los papas europeos del siglo XVII calzaban de rojo para distanciarse de la clase trabajadora. El difunto papa Juan Pablo II rompió la tradición llevando en sus misiones zapatos color café como símbolo de humildad y pobreza y Benedicto XVI ha recuperado el rojo, pero esta vez como homenaje, dicen sus defensores, a la sangre derramada por defender la fe católica. ¿Creéis realmente que se los ha vuelto a poner rojos por eso?

Es una costumbre tan antigua como aquel momento de la historia de la Iglesia en que el Papa era autoridad en paridad de condiciones con el Emperador. Era distintivo del Emperador vestir zapatos rojos y, naturalmente, el Papa no iba a ser menos, llevándolos desde entonces como signo de poder y distinción. Los emperadores desaparecieron pero no la institución papal y nuestro Benedicto XVI recupera esa tradición para dejar bien a las claras de quien manda en su “imperio”, la Iglesia.

Y “su santidad” tampoco desdeña vestirse de armiño, como hacían sus barrocos antecesores y hemos visto en algunas fotos. Y no es sólo por la ostentación sino que hace falta arrancarle la piel a algunos armiños para fabricarles sus gorros y ropajes.

Y estos “pequeños detalles” dan que pensar. Si no se cuidan las formas no podemos esperar nada del contenido. Sólo la palabrería hueca y grandilocuente a la que nos tienen acostumbrados.

Dice el Evangelio, en Mateo 18 y siguientes, que cuando un maestro de la ley se acercó a Jesús y le dijo “Maestro, quiero seguirte a dondequiera que vayas”, éste le contestó: “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza”.

Vuelve a mirar las fotos y dime, si eres creyente, dónde realmente estaría Jesús.

Pues los de la otra foto aun no se han enterado.

3 comentarios:

Imaginario dijo...

Buen artículo, como todos los que estoy leyendo desde que descubri el blog.

Saludos

Josefo el Apóstata dijo...

¡Cuánta razón!

Johnny dijo...

El catolicismo el la fe hecha negocio.

Por otra parte, me gustaría apuntillar, que el "creyente" , suponiendo que especificas en el cristiano, no debe tener nada que ver con el catolicismo, y por consiguiente, todo aquel cristiano, es decir, todo aquel judío que ha encontrado a su mesías en la figura de Jesús de Nazaret, debería comulgar con sus "supuestas" palabras.

Lo que tiene miga, es decir una cosa y hacer otra, y lo que tiene mas miga aún, es defender algo que no se comprende, como casi todos los de la JMJ, ya que me juego la cabeza, a que menos del 10% incluyendo curas y monjas se han leído por si mismos el nuevo testamento y han analizado sus palabras.

Cuando digo por si mismos, me refiero a no ser "burritos de Dios" como dice escriba de balaguer en "camino", es decir, que nadie te diga lo que tienes que interpretar, sino que lo interpretes tú mismo.