Reproduzco a continuación la intervención de un Sr. Anónimo que se pone "mu contento" cuando llega la semana santa sevillana. Su comentario merece formar parte de esta sima de los despropósitos de esa madre tan rara que tenemos que según sus hijos más acérrimos es una santa, aparte de católica, apostólica, romana y puñetera.
Pero no ese Anónimo de arriba, sino otro Anónimo, porque de Anónimos está el mundo lleno y el anonimato no tiene por qué implicar orientación moral, ideológica, sexual, gastronómica o musical, así que yo soy Anónimo Sevillano.
Como sin duda sabréis, Sevilla se convierte en primavera en una ciudad de histeria colectiva iniciada por salvajes celebraciones anacrónicas en las que una gran parte de la población –con sus representantes políticos en primer plano: de todos los colores, oiga– se lanza a las calles vestidos de domingo a beber y beber y beber con la excusa de ver procesiones de señores (y cada vez más señoras) encucuruchados/as que preceden y siguen a conjuntos escultóricos sadomaso porteados por masoquistas que buscan, de esta manera, conseguir lesiones cérvico-dorsales que les faciliten bajas laborales y, de paso, billete en primera al heaven.
Eso primero, porque luego viene la peregrinación masiva a terrenos inmensos y polvorientos en los que se reunen multitudes sudorosas a seguir bebiendo y bebiendo y bebiendo y cantar y bailar unas danzas tribales que –me apuesto lo que sea– acabarán siendo bailes nacionales españoles de España, todo eso en un ambiente ensordecedor que imposibilita cualquier intento de conversación civilizada. Por cierto, aquí –gracias a Dios– tambien están nuestros políticos de todos los colores, porque ellos son del pueblo, aunque se les note que juntarse con la chusma es obligación laboral.
Y ¿esto de que iba? ... ¡ah, sí! ... pues resulta que cuando yo empecé mi vida laboral en Sevilla tuve la suerte de tener un jefe que me enseñó la frase mágica para conseguir que a mi, un imberbe lechuguino, me hicieran caso cuando reclamaba un trabajo tardío y mal terminado. La frase en cuestión es "¡Me cago en Dios y su puta madre la Vírgen!".
El efecto inmediato es que te toman en serio. Nadie, en Sevilla (a excepción de cuatro capillitas mal contaos) piensa que estes blasfemando, sino que se entiende que estás muy cabreado y dispuesto a lo que sea para conseguir tu justo objetivo. O sea, que acabas entendiendo que esto de la religión, en Sevilla, en un cachondeo y que lo que la gente sigue queriendo es pan y circo.
... aunque bloquear una ciudad en Semana Santa, Feria, Rocío y demás festividades lúdico-religiosas es insoportable. Pero es lo que hay.
Y si no hay fiestas tradicionales, se inventan, como los Carnavales que han surgido por doquier.
Y el caso es que, a la gente, al populacho, lo que le gusta es la juerga, pero no la juerga inteligente, sino la juerga chabacana. Los toros por las calles, las cabras desde el campanario, etc, etc. Y hay que joderse. O pedir la nacionalidad sueca, que tambien es otra opción ;-p